Qué extraño me resulta sentarme frente al monitor de la computadora y posar los dedos de mis manos en el teclado para volver a escribir un par de palabras en un blog abandonado. Quién dice que de ahora en más todos los días subo entradas nuevas y quizá hasta alguien quiera leerlas. Hace varias semanas que vengo pensando y repensando la idea de volver a volcarme en la escritura, liberar mis pensamientos en una página virtual sólo para descargar tensiones, para sentirme más liviana (al estilo casancrem light como solía decir antes), para sentir que le hablo al mundo sin necesidad de que el mundo me conteste. Tengo demasiadas cosas en mente, demasiadas situaciones que no me incumben y de repente acá están, en mi cabeza, cómo, porqué, desde cuándo, son preguntas que no sé responder, pero al fin y al cabo están, quizá no deban, quizá sí, y qué importa si de todas formas ya es así. Lo más triste es que me dan ganas de escribir cuando ya estoy en la cama, acostada con intención de cerrar los ojos y esperar a abrirlos al día siguiente, y es ahí, en ese momento, cuando empiezo a pensar, a recordar, a elaborar conclusiones, preguntas y respuestas, a entender algunas inquietudes y a generar unas cuantas dudas; es en ese mismo momento cuando me surge la necesidad de volcar todo eso que siento, en letras, en palabras que formen frases con sentido, en cortos o largos textos, en historias con o sin final. Y claramente, no tengo un cuaderno encima, un lápiz o una computadora como para de repente sentarme en la cama o ponerme en alguna posición cómoda como para empezar a escribir (y tampoco soy tan afortunada de tener una computadora portátil para escribir desde la comodidad de la cama).
En síntesis, resurgieron en mí esas ganas de usar el blog, no sé si tanto como hace unos años o tan poco como hace unos meses, lo voy a usar, mucho o poco no lo sé, pero acá estoy, otra vez (como a Calamaro le gusta decir: nos volveremos a ver, porque siempre hay un regreso).
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