viernes, 2 de enero de 2009

El juego en que se arrastraban los novios estaba lleno de hechizo y azar. Los dos estaban muy cerca aún de la infancia, y el juego los colmaba de placer, gozaban persiguiéndose, perdiéndose, encontrándose. Pero cuando los sentidos aguzados se dejaban llevar por las oleadas, los cinco dedos de él se entrecruzaban con los de ella, en el gesto tan querido a los sensuales indecisos y el suave roce de los pulgares sobre las venas pálidas del dorso trastornaba todo su ser, preludiaba más insinuantes caricias.

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